2. Cosas de Familia

-Lo siento, estoy tarde porque estuve con mis hermanos.

Fue lo primero que me dijo al llegar todo despeinado y con la barba un poco crecida. ¿Dónde carajos está el chico de la foto que vi en Internet? – Pensé.

Era el mayor de los cuatro. Brenda de 17, Marcia de 13 y el pequeño Mario de 4 años vivían con él en el departamento que les dejó su mamá antes de morir. No hacía mucho tiempo que su papá había conseguido un trabajo en Estados Unidos y, para sostener económicamente la familia y por acuerdo familiar, decidieron que los 4 hermanos se quedarían bajo el cuidado de Adrián, le hijo mayor. La tutoría legal la tendría la hermana del padre pero la responsabilidad moral reposaría sobre los hombros de mi cita de esa noche.

Aquella noche, camino a la heladería, Adrián me contó su drama familiar y confieso que mi corazón de piedra de esa época se conmovió un poco. ¿Cómo era posible que un chico tan sólo unos años mayor que yo pudiera tener tremenda responsabilidad en los hombros?
Repentinamente me dieron ganas de pagarle su helado, darle un abrazo y escucharlo hablar toda la noche. Me provocó recogerlo y llevarlo al trabajo todos los días y cuidarlo cuando estuviese enfermo.
Pues sí, el chico me tocó el corazón. Lo acepto.

Preso por un impulso sentimental no común en mi, intenté pagar su helado pero el gesto no fue visto con buenos ojos. A decir verdad fue recibido con una sonrisa que mostraba que Adrián estaba acostumbrado a pagarse sus cosas y que no tendría problemas en pagar las mías también.

-No te preocupes, yo te invito esta vez.-

Me sentí algo ofendido por el acto ya que no me gusta que me paguen nada pero se me pasó al ver esa bella sonrisa tímida debajo de sus brillantes ojos cansados. Entre el trabajo, la universidad y todo lo que involucraba «criar» a sus 3 hermanos menores no tenía tiempo para nada, ni siquiera para él o para el amor.

-No me interesa mucho- me contó con una mirada triste y resignada.-Lo único que quiero es que a mis hermanos no les falte nada. Lo mío vendrá después.

Luego me contó, entre lengüetadas a su helado, que tenía que comenzar a vigilar a Marcia, su hermana de 13, quien ya estaba desarrollandose y le daba pánico que saliera embrazada.

-¿Has visto qué rápido crecen los chicos de esta esta época? ¡Y las chicas de ahora son bien mandadas! Me siento toda una madre. ¡Y lo peor es yo no sé de esas cosas de mujeres!-dijo con cara de personaje de manga mega-expresivo tratando de expresar su tierna desesperación.

-Lo bueno es que nosotros no tenemos esos problemitas de la naturaleza.-dije muy confiado pero también para asegurarme que realmente estaba hablando con alguien sexualmente compatible conmigo ya que su masculinidad me era muy grata a la vista pero me hacía dudar de sus… preferencias y de las… posibilidades que podía tener yo.

-Sí pues. ¡Pero no te imaginas lo caro que son las toallas higiénicas!-Reímos. -Lo bueno es que Brenda, mi hermanita de 17, y mi ex enamorada me ayudan un poco en esos asuntos.

-¿Tu… tu… ? ¡¿Tu ex enamorada?!

-Sí. ¿No te conté? Yo estuve con una chica bastante tiempo. Pero ya no pasa nada con ella, digamos que… ya no me atrae. Aunque creo que aún siente algo por mi.

Adrián había descubierto (o admitido) su atracción por los hombres a una edad algo «avanzada» para los jóvenes promiscuos de estos días. A los 20, mantuvo una relación con una chica. Al terminarse el amor, ambos tomaron caminos separados, la chica se fue a Alemania siguiendo a un nuevo pretendiente y él se quedó en Lima explorando su lado oculto. Al cabo de un tiempo, la chica regresó a Lima con el rabo entre las piernas y al descubrir la nueva faceta de Adrián, no le quedó más remedio que verse resignada al puesto de «ex-enamorada-ahora-amiga» y quedarse pendiente del menor desliz o borrachera que lo pondría otra vez en el camino de la normalidad sexual, al menos por algunos minutos. Qué tonta.

-No conozco mucha gente. He tenido mis cosas con chicos pero aún no he encontrado «the one».

Aunque no puedo calificar a mi querido amigo Adrián como un chico romántico detrás de esa apariencia de hombre ocupado y estresado por su familia, tengo que admitir que él aún cree en el amor y en encontrar a «la persona correcta». Me parece algo muy lindo e inocente de su parte pero, siendo realistas,  es algo muy improbable considerando el medio en que nos desenvolvemos. En el ambiente limeño, es bastante difícil conseguir a alguien serio para tener una relación. Y es aún más difícil si uno no está en el ambiente, y si uno quiere alguien simpático, de buena familia y con un nivel de inteligencia y madurez bastante altos, lo que es claramente el caso de Adrián.

Después de las casi tres horas de conversación de todo y nada, nos tuvimos que separar. Cada uno abordó su auto y, tras manejar coquetamente uno al lado del otro por las calles de Lima, tomamos caminos opuestos.

Al llegar a casa y calentar mi cena, recibí un mensaje de Adrián.

«La pasé mostro hoy contigo. Hay que repetir la salida.
Te me cuidas. Un abrazote.
-Adrián
»

Terminé mi plato de pollo al horno, me lavé los dientes y comencé al leer un libro que hace 5 meses que trato de terminar. Curiosamente no puede pasar de página ni concentrarme en los párrafos. Mi mente siempre me llevaba a Adrián con su mirada soñadora y su aire entre tímido y de autosuficiencia.

Aquella noche, renuncié a la lectura, apagué la luz y pensé en lo qué estará haciendo Adrián.

«Yo también la pasé mostro contigo.»