Chicos Buenos de Mala Vida

We'll eat your heart and then we'll eat your brain

Categoría: Uncategorized

15. Necesidades Básicas

Todos, en algun momento de nuestra vida homosexual, hemos pasado por lo mismo. Sin pareja, amigo cariñoso o ningún tipo de actividad por un buen tiempo, buscamos aliviar las tensiones del día, la semana, el mes o, hasta del año,

¿Qué alternativas tenemos? Entrar a alguna «red social gay», crear un perfil o actualizar el que ya teníamos con una foto que nos favorezca y ver lo que uno puede pescar o lo que uno puede cazar. Obvio que en esa búsqueda uno puede encontrar una fauna de especímenes. Personalmente, no soy fan de esos sitios o aplicaciones pero dadas la situación de abstinencia involuntaria en que me encontraba, decidí crearme un perfil discreto para ver qué había.

–Ay querido, no tienes por que sentirte mal. ¡Todos tenemos necesidades!
–Algunos más que otros–dijo Fernando mientras cogía su teléfono luego de que éste emitiera un sonido.
–¿Estás en Grindr?¡¿Ahorita?!
–Sí… ¿qué tiene? Quiero ver lo que hay por aquí…
–¡¿Pueden ser más discretos, por favor?! ¡Este no es un bar gay! –dije dándole un toque de humor a mi neurosis.
–Querido –dijo Darío muy seriamente viéndome a los ojos– estamos en un bar en Miraflores tomando cocteles de colores. El trago promedio cuesta más de 20 soles y nadie está tomando cerveza. ¡No hay forma que este sea un bar completamente heterosexual!
–Darío, déjalo. Creo que es la falta de sexo que tiene así a Antoine…–dijo Fernando sin vernos a los ojos, completamente absorbido por su teléfono.

Mis amigos tenían razón. Las últimas semanas habían sido medio agitadas y tenía mucha «tensión» acumulada. Así que tomé una decisión. Me iba a acostar con alguien.

Al día siguiente entré a Grindr. (Sí, esa aplicación que muchos de nosotros descargamos y borramos para luego volver a descargar y borrar una infinidad de veces a modo de demostración de la relación amor/odio que tenemos con la actual forma de interactuar de la comunidad LGBT.) Actualicé mi foto de perfil, le puse una descripción medio creativa y calentona y esperé. Un par de chicos poco interesantes me hablaron, le hablé a un par más. Intercambié un par de fotos con los que parecían medianamente atractivos pero solo me cité con uno de ellos.
Se llamaba Jesús (al menos ese fue el nombre que me dio). No era extremadamente atractivo pero para una noche estaría bien, al menos eso era lo que yo me repetía mentalmente mientras subíamos al segundo piso de un hotelucho en Lince. Entramos a la habitación, hicimos lo que teníamos que hacer y nos fuimos. Lo jalé en mi auto hasta un paradero cerca, nos despedimos con un apretón de manos y diciendo «cuídate» pero pensando, al menos de mi lado, «hasta nunca».

–Ay, reina, ¡¿pero acaso no te gustó?! O sea, ¿ya no te gusta tirar?¿Te has vuelto frígida o algo?–me interrogó Dario esa misma noche pero ya con unos coloridos tragos de más.
–Darío, cállate, ya estás borracha–mi malvado hermanastro intercedió por mi.

Creo que, hasta cierto punto, Darío tenía razón. Sí, me acosté con Jesús. No, no es que no me haya gustado, fue placentero pero creo simplemente le faltó «algo».

–No se si les pasa a ustedes, pero necesito algo más que una atracción física.
–Es que tú estás buscando el amor pues –comentó Fernando sin dejar que terminara mi idea, muy a su estilo.
–No es eso. No estoy buscando «el amor» de mi vida. Simplemente que necesito algo para que me sienta completamente bien con el sexo con un desconocido. ¿No les pasa lo mismo?

Dario y Fernando intercambiaron miradas silenciosas y algo confundidas para luego responder al unísono.

–No.

Uno tiene diferentes necesidades básicas. El sexo creo que es una de ellas. Según que tan sexuales seamos, veremos eso como más o menos importante en nuestras vidas. Hay personas, como Fernando, que no pueden vivir sin tener sexo con una persona (o varias). Personalmente, he aprendido a acostarme con personas que compartan mi misma idea. No es que estemos buscando el amor, sino que tanto yo como mis eventuales acompañantes preferimos tener conversaciones medianamente interesantes antes y luego del sexo. Después de todo, ¿qué tendría de malo?

Todos tenemos necesidades básicas que satisfacer.

14. Todavía no cierras el cajón

–Todavía sigues dejando el cajón abierto, ¿no?
–¿Ah?
–El cajón de tu cocina lo sigues dejando abierto luego de sacar cosas del cajón –dijo al regresar con un par de vasos con agua en la mano.
–Ah, no sé, creo que sí, no sé…–traté de manejar sin éxito el momento incómodo.

Era tan raro estar frente a frente otra vez. Habían pasando años desde la ultima vez que vi a Italo y el hecho de tenerlo en mi sala, conversado de lo más normal, cara a cara, era completamente alucinante.

Podría decir que Ítalo fue mi relación más larga. Ambos éramos bastante jóvenes cuando comenzamos pero, a pesar de nuestras grandes diferencias, logramos entendernos.
Recuerdo que, en esa época, yo recién iniciaba en la aventura de la tan ansiada independencia. Compartía un departamento con un amigo que trabajaba como «aeromozo» y que raramente estaba en casa, ya sea por trabajo o por alguna cita. Los padres de Ítalo no vivían en Lima. Él había venido para mejorar su español, comenzar una carrera y vivir con el lado de la familia paterna, con la que debía quedarse en Lima esos años. No se llevaba muy bien con ellos y prácticamente vivía en mi casa. Nunca nos dijimos para estar, las cosas simplemente se dieron entre nosotros. Era tan serio lo nuestro que ya le había hecho un cajón en mi closet para que dejara algunas cosas. Al final, dejé de ser celoso con mi espacio personal y nuestras cosas terminaron por mezclarse tanto que uno que otro fin de semana teníamos que la lavar la ropa juntos para asegurarnos de que nuestros boxers y pares de medias no se mezclen.

–¡Qué lindo tu departamento! Es tan…
–¿Gay? –bromee sólo para verlo sonreír.
–No, tonto. ¡Es tan grande! En Roma no tenemos tanto espacio. Se vive mucho mejor aquí en Perú.
–¿Cómo están tus papás?

La familia de Ítalo sabía que vivíamos casi juntos. Un par de veces él me obligaba a ponerme frente a la cámara de su computadora para conversar con su madre. Obviamente que él hacía las veces de traductor porque yo no sabía tanto italiano como para entablar una conversación con mi suegra de ese entonces.

–Mis papás no se hacen problemas con lo nuestro, sólo quieren saber con quién paro –recuerdo que me explicaba como para tranquilizarme.
–Bueno, tan mal chico no soy, ¿no?–preguntaba yo.
–Mmm… digamos que hay peores–me torturaba él y yo feliz.

Lo nuestro terminó no por decisión propia sino que él tuvo que irse a Roma con el resto de su familia y a terminar la universidad.

–¿O sea que ya te graduaste y todo? –pregunté conociendo ya la respuesta.
–Sí, hace meses. Ya somos colegas.

Ítalo también era arquitecto como yo. A decir verdad, nos cruzabamos en los pasillos de la universidad. Él era un chico de primer año y yo ya estaba terminando la carrera. Yo, distraído como siempre, no me había fijado que el chico más bonito (¡y extranjero!) de la facultad me seguía con la mirada cuando pasaba por los pasillos. Una amiga me informó de lo que pasaba a mi alrededor e hizo de Celestina.

Ítalo me contactó un par de días atrás por Facebook para decirme que estaba en Lima después de tanto años con sus padres y que quería verme. Yo lo invité a cenar, a lo cual él aceptó y se apareció en mi departamento con una botella de vino italiano que estaba destinada originalmente a uno de los miembros de sus familia paterna.

–Estuvo rica la cena. Sigues cocinando bien –me mintió descaradamente.
–Gracias… aunque sabes que lo único que hago es ponerle al pollo un aderezo que encuentro en una bolsita, ¿no?
–Deja de minimizarte –me dijo viéndome fijamente a los ojos y subiendo sus manos para colocarlas en mis hombros –Realmente cocinas bien, Antoine.
–Gracias –sonreí nerviosamente –¿Postre?
–¡Sí! ¿te ayudo con algo?
–No, no te preocupes. Yo lo hago –dije aun teniendo las manos de ítalo en mis hombros.
–Antoine, el chico que todo lo puede. Alguien no ha cambiado… –dijo Ítalo con un tono burlón.

Sonreí. De pronto, Ítalo se me acercó, cerró los ojos y me dio un pequeño beso en los labios muy despacio.

–Lo puedes todo pero no te has atrevido a besarme en toda la noche.

Estando sin palabras sólo atiné a sonreír. Me le acerqué, lo tomé por la cintura y lo besé, suavemente.
Era como revivir esos años que pasamos juntos. Aquellas frías tardes que pasábamos acurrucados frente a la televisión y las mañanas en las que él trataba de hacer algo en la cocina regresaron a mi memoria.

Al terminar el beso, colocó su cara en mi pecho y nos quedamos en silencio.

13. ¿Somos nosotros o son ellos?

El otro día conversando en un bar mientras esperábamos a que llegara más gente, un amigo me contó de su vida amorosa. Me dijo que había conocido un par de chicos por el Grindr pero que había sentido cierta química por uno en particular. El chico era atractivo, vivía todavía con sus padres, era medio exitoso, pero tenía un trabajo que hacía que viajara mucho y no contaba con mucho tiempo para interactuar con gente. Él y Edu, mi amigo, se vieron un par de veces pero, como suele suceder, sus primeros encuentros solamente fueron sexuales. Lo peculiar de la situación, según me contaba esa noche, era que ese chico no era como los otros amantes esporádicos que mi amigo había tenido. Eduardo comenzó a sentirse atraído a este chico cuando, luego del tercer o cuarto encuentro, al terminar sus amoríos, conversaban, veían películas independientes y hablaban de sus vidas.

–Esas son cosas uno normalmente no hace con sus fuck buddies…–lcomenté tratando de ver a dónde quería ir con su confesión.

Eduardo continuó con su relato y me confesó que, armado de valor y tratando de superar sus fracasos en relaciones pasadas, le dijo al chico éste para comenzar a salir y así «conocerse más». El chico respondió que también le gustaría eso y que coordinarían luego. Hasta allí como una de las pocas fibras románticas que me quedan se alegró por mi amigo.

–O sea, hasta allí, todo bien –me dijo Eduardo mientras lo escuchaba con atención, cual madre preocupada por su crío.

Lo esperó noticias de este chico sin éxito casi tres semanas, sin éxito. Muy preocupado, mi interlocutor trató de comunicarse con él pero aún así, nada. Sus ganas de continuar – o simplemente comenzar – con su historia de amor se volvieron casi patológicas ante el pseudo rechazo. Llegó a conseguirse el lugar donde trabajaba y lo esperaba a la hora de salida.

–Nunca apareció. Pensé que estaba de viaje así que…
–¿Así que?
–Así que… ¡Me conseguí la dirección de su casa y lo esperaba afuera! –dijo Eduardo un tanto avergonzado.
–¡¿Me estás jodiendo?! Estás mal… –le dije temiendo por mi vida ya que mi amigo mostraba ya signos de un trastorno psicológico causado por el desamor.
–Y nunca apareció. O sea, ¡¿qué carajos pasa con los hombres?! Les dices lo que quieres de una manera clara, ¡ellos dicen que están interesados pero luego desaparecen! Cuando les dices que no hay presión, ellos dicen que realmente están interesados pero, aún así… ¡vuelven a desaparecer! ¡¿Cuál es su problema?!

Desgraciadamente no pude seguir hablando con Eduardo sobre su historia de amor pero me dio qué pensar. Al margen de su comportamiento patológico, él tenía mucha razón. Muchas veces uno trata de jugar limpio este juego sucio. Uno pone las cosas claras desde el principio para evitar este sentimiento ya conocido para algunos de nosotros, este sentimiento de sentirse usado -sin nuestro consentimiento- y engañado, pensado que se comienza una cosa con alguien con una intención para luego enterarse que la otra parte quiere algo distinto a los planes originales. Uno se esfuerza, comprende, aconseja. Dice que pueden ser buenos amigos si no pasa nada. La otra parte acepta pero terminan por huir.

¿Tienen acaso un problema? ¿Acaso es un que pone la cosas muy claras que terminamos espantando a los chicos? ¿O simplemente nos fijamos en chicos que aparentan ser muy seguros de sí mismos pero que resultan siendo un manejo de complejos y miedos? ¿Serán nuestra ganas de estar emparejados lo que nos impide ver estos rasgos de poca seguridad o es más bien nuestro miedo a quedarnos solos lo que hace que seamos tan permisivos con nuestros pretendientes esporádicos?

¿Somos nosotros el problema o lo son ellos?

Don’t hate the game, hate the player, dicen por ahí.

10. Fiesta Privada

Nos subimos los cinco al auto de Adrián. Sabía que mis amigos querían hacer sus acostumbrados  comentarios venenosos porque los veía dirigir sus ojos hacia mí y a mi joven acompañante.

Alonso estaba un poco desubicado por el repentino cambio de planes. Supuestamente íbamos a tener una noche bastante agitada y sólo para los dos PERO mis amigos repentinamente tocaron a mi puerta y me inquietaron para salir. Sé que pude haberme negado pero, debo admitirlo, ellos saben como persuadirme. Su argumento principal era que, en la fiesta en cuestión, íbamos a poder beber Coronas, Heinekens, disfrutar de la compañía -y tal vez algo más- de chicos lindos y fáciles y… John. John -aunque no entra en la categoría de chico fácil- siempre fue lindo. Me fascinó desde el primer momento que lo vi. Obviamente, como cualquier amor platónico que se respete, él no sabe que existo.

Justo cuando salimos del auto, después de cuadrarlo en un lugar seguro de aquel regio condominio, Deborah -o sea, Darío- distrajo a Alonso y le comenzó a tratar de sacar toda la información posible de nuestro encuentro. Información que, obviamente, luego usaría en mi contra en nuestras clásicas sesiones de rajes. El inexperimentado Alonso sólo se limitaba a sonrojarse y a responderle lo esencial.

–Sorry, ¿te cagamos el plan? –preguntó mi malvado hermanastro tratando de que Alonso no escuche.
–Algo…
–Míralo como un pequeño cambio de planes.
–Ya cuando regreses a casa con él, te lo tiras.
–Tienes razón, si ya pude esperar un tiempo, bien puedo esperar un par de horas, más, ¿no?
–Pensé que ya habían tirado. ¡Qué aburrida eres! – Sonreí aceptando el veredicto ante la mirada entretenida de Adrián.

Luego de nuestras salidas, la relación con Adrián cambió. Ambos nos dimos cuenta que sería mejor que quedemos como amigos antes de complicarnos la vida con una relación. Si bien era un chico lindo, responsable y atractivo, él estaba con otras cosas en la cabeza y, usando sus palabras, lo último que quería ser era un novio mediocre. Antes de decidir eso, nos besamos y me di cuenta que no besaba tan bien como imaginaba. Creo fue un factor que contribuyó a que nuestra relación sea solo amical.

Entramos los cuatro a una enorme casa llena de maricas y una que otra chica fea y regordeta.
–¡Ay, no entiendo porque invitan a mujeres! ¡Cómo si fuesen a sacar plan!–se pronunció Deborah.

–Los chicos jóvenes se sienten más seguros así, creo –dije ante la sorprendida mirada de mi joven acompañante.
–¿Chicos jóvenes? ¡¿Dónde?! –dijo maliciosamente Fernando mirando a Adrián y tratando de hacer que no se sienta tan incómodo; después de todo, Adrián no conocía mucho ese mundillo.

–¡Vamos por alcohol! –manifestó mi malvado hermanastro al ver que en la casa se había habilitado un bar gratuito con un chico que hacía cocteles a pedido.
–¿No es mejor quedar bien e ir a saludar la persona que nos invitó?
–Cierto, querida. Somos unas señoritas y tenemos que quedar como tales –Deborah dijo llevándose delicadamente una mano al pecho.

Buscamos con la mirada a nuestro anfitrión y lo encontramos rodeado de… hombres bastante mayores para él. Al puritano de Diego, cuando su tía se fue de viaje, le encargó que le cuidara la casa. El chico no tuvo una mejor idea que organizar una fiesta privada.

–¡DIOS! ¡ESOS SI QUE SON HOMBRES DE VERDAD! -exclamó Darío al ver el grupo de tipos que rodeaba a Diego -vamos para que nos los presente-.

Nos acercamos los tres y comenzamos una conversación con nuestro codiciado anfitrión. Con el rabo del ojo puede ver que Fernando y Adrián ya habían encontrado presas y las estaban cortejando. Darío, con su pasi-encanto, ya había conseguido la atención de uno de los pretendientes de turno de Diego. Vi que otro de los señores estaba interesado en Alonso pero, al ser un poco celoso con mi plan de la noche, le dije discretamente que me acompañe por un trago.

Luego de la autorización de un Diego «alegrón» y de pasar por un trago, llevé a Alonso a uno de los cuartos de la casa. Cerré la puerta con seguro detrás de mí y continué lo que habíamos dejado pendiente. Alonso, como lo suponía, no puso resistencia.

Al terminar nuestro asunto, usé la ducha del baño privado de la habitación. Salí del baño y encontré a Alonso durmiendo desnudo sobre la cama. Disfruté un rato del espectáculo que tenía enfrente como tratando de tomar una foto mental de la escena.
Antes de acompañarlo en la cama, me acerqué a la ventana y pude ver que los invitados ya estaban animados y disfrutaban de la noche en el jardín interior de la casa de la tía de Diego. Todos mis amigos, hasta el tímido y conservador Adrián, ya habían conseguido a alguien. La fiesta se estaba poniendo buena.
De pronto, Fernando levantó la cabeza y me vio en la ventana del segundo piso. Sonrió y me hizo un signo de aprobación con su mano. Yo sonreí y regresé a la cama con Alonso. Después de todo, yo también tenía esa noche una fiesta privada.