10. Fiesta Privada

Nos subimos los cinco al auto de Adrián. Sabía que mis amigos querían hacer sus acostumbrados  comentarios venenosos porque los veía dirigir sus ojos hacia mí y a mi joven acompañante.

Alonso estaba un poco desubicado por el repentino cambio de planes. Supuestamente íbamos a tener una noche bastante agitada y sólo para los dos PERO mis amigos repentinamente tocaron a mi puerta y me inquietaron para salir. Sé que pude haberme negado pero, debo admitirlo, ellos saben como persuadirme. Su argumento principal era que, en la fiesta en cuestión, íbamos a poder beber Coronas, Heinekens, disfrutar de la compañía -y tal vez algo más- de chicos lindos y fáciles y… John. John -aunque no entra en la categoría de chico fácil- siempre fue lindo. Me fascinó desde el primer momento que lo vi. Obviamente, como cualquier amor platónico que se respete, él no sabe que existo.

Justo cuando salimos del auto, después de cuadrarlo en un lugar seguro de aquel regio condominio, Deborah -o sea, Darío- distrajo a Alonso y le comenzó a tratar de sacar toda la información posible de nuestro encuentro. Información que, obviamente, luego usaría en mi contra en nuestras clásicas sesiones de rajes. El inexperimentado Alonso sólo se limitaba a sonrojarse y a responderle lo esencial.

–Sorry, ¿te cagamos el plan? –preguntó mi malvado hermanastro tratando de que Alonso no escuche.
–Algo…
–Míralo como un pequeño cambio de planes.
–Ya cuando regreses a casa con él, te lo tiras.
–Tienes razón, si ya pude esperar un tiempo, bien puedo esperar un par de horas, más, ¿no?
–Pensé que ya habían tirado. ¡Qué aburrida eres! – Sonreí aceptando el veredicto ante la mirada entretenida de Adrián.

Luego de nuestras salidas, la relación con Adrián cambió. Ambos nos dimos cuenta que sería mejor que quedemos como amigos antes de complicarnos la vida con una relación. Si bien era un chico lindo, responsable y atractivo, él estaba con otras cosas en la cabeza y, usando sus palabras, lo último que quería ser era un novio mediocre. Antes de decidir eso, nos besamos y me di cuenta que no besaba tan bien como imaginaba. Creo fue un factor que contribuyó a que nuestra relación sea solo amical.

Entramos los cuatro a una enorme casa llena de maricas y una que otra chica fea y regordeta.
–¡Ay, no entiendo porque invitan a mujeres! ¡Cómo si fuesen a sacar plan!–se pronunció Deborah.

–Los chicos jóvenes se sienten más seguros así, creo –dije ante la sorprendida mirada de mi joven acompañante.
–¿Chicos jóvenes? ¡¿Dónde?! –dijo maliciosamente Fernando mirando a Adrián y tratando de hacer que no se sienta tan incómodo; después de todo, Adrián no conocía mucho ese mundillo.

–¡Vamos por alcohol! –manifestó mi malvado hermanastro al ver que en la casa se había habilitado un bar gratuito con un chico que hacía cocteles a pedido.
–¿No es mejor quedar bien e ir a saludar la persona que nos invitó?
–Cierto, querida. Somos unas señoritas y tenemos que quedar como tales –Deborah dijo llevándose delicadamente una mano al pecho.

Buscamos con la mirada a nuestro anfitrión y lo encontramos rodeado de… hombres bastante mayores para él. Al puritano de Diego, cuando su tía se fue de viaje, le encargó que le cuidara la casa. El chico no tuvo una mejor idea que organizar una fiesta privada.

–¡DIOS! ¡ESOS SI QUE SON HOMBRES DE VERDAD! -exclamó Darío al ver el grupo de tipos que rodeaba a Diego -vamos para que nos los presente-.

Nos acercamos los tres y comenzamos una conversación con nuestro codiciado anfitrión. Con el rabo del ojo puede ver que Fernando y Adrián ya habían encontrado presas y las estaban cortejando. Darío, con su pasi-encanto, ya había conseguido la atención de uno de los pretendientes de turno de Diego. Vi que otro de los señores estaba interesado en Alonso pero, al ser un poco celoso con mi plan de la noche, le dije discretamente que me acompañe por un trago.

Luego de la autorización de un Diego «alegrón» y de pasar por un trago, llevé a Alonso a uno de los cuartos de la casa. Cerré la puerta con seguro detrás de mí y continué lo que habíamos dejado pendiente. Alonso, como lo suponía, no puso resistencia.

Al terminar nuestro asunto, usé la ducha del baño privado de la habitación. Salí del baño y encontré a Alonso durmiendo desnudo sobre la cama. Disfruté un rato del espectáculo que tenía enfrente como tratando de tomar una foto mental de la escena.
Antes de acompañarlo en la cama, me acerqué a la ventana y pude ver que los invitados ya estaban animados y disfrutaban de la noche en el jardín interior de la casa de la tía de Diego. Todos mis amigos, hasta el tímido y conservador Adrián, ya habían conseguido a alguien. La fiesta se estaba poniendo buena.
De pronto, Fernando levantó la cabeza y me vio en la ventana del segundo piso. Sonrió y me hizo un signo de aprobación con su mano. Yo sonreí y regresé a la cama con Alonso. Después de todo, yo también tenía esa noche una fiesta privada.