Chicos Buenos de Mala Vida

We'll eat your heart and then we'll eat your brain

Categoría: Traumas

13. ¿Somos nosotros o son ellos?

El otro día conversando en un bar mientras esperábamos a que llegara más gente, un amigo me contó de su vida amorosa. Me dijo que había conocido un par de chicos por el Grindr pero que había sentido cierta química por uno en particular. El chico era atractivo, vivía todavía con sus padres, era medio exitoso, pero tenía un trabajo que hacía que viajara mucho y no contaba con mucho tiempo para interactuar con gente. Él y Edu, mi amigo, se vieron un par de veces pero, como suele suceder, sus primeros encuentros solamente fueron sexuales. Lo peculiar de la situación, según me contaba esa noche, era que ese chico no era como los otros amantes esporádicos que mi amigo había tenido. Eduardo comenzó a sentirse atraído a este chico cuando, luego del tercer o cuarto encuentro, al terminar sus amoríos, conversaban, veían películas independientes y hablaban de sus vidas.

–Esas son cosas uno normalmente no hace con sus fuck buddies…–lcomenté tratando de ver a dónde quería ir con su confesión.

Eduardo continuó con su relato y me confesó que, armado de valor y tratando de superar sus fracasos en relaciones pasadas, le dijo al chico éste para comenzar a salir y así «conocerse más». El chico respondió que también le gustaría eso y que coordinarían luego. Hasta allí como una de las pocas fibras románticas que me quedan se alegró por mi amigo.

–O sea, hasta allí, todo bien –me dijo Eduardo mientras lo escuchaba con atención, cual madre preocupada por su crío.

Lo esperó noticias de este chico sin éxito casi tres semanas, sin éxito. Muy preocupado, mi interlocutor trató de comunicarse con él pero aún así, nada. Sus ganas de continuar – o simplemente comenzar – con su historia de amor se volvieron casi patológicas ante el pseudo rechazo. Llegó a conseguirse el lugar donde trabajaba y lo esperaba a la hora de salida.

–Nunca apareció. Pensé que estaba de viaje así que…
–¿Así que?
–Así que… ¡Me conseguí la dirección de su casa y lo esperaba afuera! –dijo Eduardo un tanto avergonzado.
–¡¿Me estás jodiendo?! Estás mal… –le dije temiendo por mi vida ya que mi amigo mostraba ya signos de un trastorno psicológico causado por el desamor.
–Y nunca apareció. O sea, ¡¿qué carajos pasa con los hombres?! Les dices lo que quieres de una manera clara, ¡ellos dicen que están interesados pero luego desaparecen! Cuando les dices que no hay presión, ellos dicen que realmente están interesados pero, aún así… ¡vuelven a desaparecer! ¡¿Cuál es su problema?!

Desgraciadamente no pude seguir hablando con Eduardo sobre su historia de amor pero me dio qué pensar. Al margen de su comportamiento patológico, él tenía mucha razón. Muchas veces uno trata de jugar limpio este juego sucio. Uno pone las cosas claras desde el principio para evitar este sentimiento ya conocido para algunos de nosotros, este sentimiento de sentirse usado -sin nuestro consentimiento- y engañado, pensado que se comienza una cosa con alguien con una intención para luego enterarse que la otra parte quiere algo distinto a los planes originales. Uno se esfuerza, comprende, aconseja. Dice que pueden ser buenos amigos si no pasa nada. La otra parte acepta pero terminan por huir.

¿Tienen acaso un problema? ¿Acaso es un que pone la cosas muy claras que terminamos espantando a los chicos? ¿O simplemente nos fijamos en chicos que aparentan ser muy seguros de sí mismos pero que resultan siendo un manejo de complejos y miedos? ¿Serán nuestra ganas de estar emparejados lo que nos impide ver estos rasgos de poca seguridad o es más bien nuestro miedo a quedarnos solos lo que hace que seamos tan permisivos con nuestros pretendientes esporádicos?

¿Somos nosotros el problema o lo son ellos?

Don’t hate the game, hate the player, dicen por ahí.

12. Locas por las Drogas

El otro día, en una fiesta donde estaba, fui testigo de algo que me dio que pensar. Aquel día me habían invitado a la fiesta de cumpleaños de un «amigo» mío. Nos conocimos  hace como 5 años y, como vimos que había química, tratamos de salir. La cosa nos funcionó y nos dimos cuenta de eso a tiempo, así que decidimos quedar solo como amigos. El era un tipo normal pero lo que realmente me atraía a él era su grupo de amigos y amigas, más jóvenes que yo pero con un sentido del humor bastante libre, malicioso pero elegante. No era un grupo a lo mean girls (thank God!), sino algo con más clase.
Cuando estuve saliendo con Carlos, el agasajado de la noche, hice clic con sus dos mejores a amigos del colegio: Jacqueline, una bella publicista-marketera media loca que adoraba a los gays y que se encargaba de llenarle los vasos de alcohol a los invitados, y Dimitri, un psicólogo medio excéntrico pero super culto.

Como todos los años, Carlos me había invitado a su cumpleaños y éste sí pude ir. Por única vez me decidí a salir sin mis clásicos amigotes. 

–¿Qué? ¿cómo que has salido? ¿con quién? Ohmigod, ¿un hombre? ¿cómo se llama? ¿la tiene grande? ¡¿qué esperas?! ¡cuéntamelo to-do! –escuché en el celular cuando estaba justo afuera de la  casa del agasajado.
–Estoy yendo al cumpleaños de Carlos, un chico con el que salía hace años. Me invitó y aquí estoy –expliqué.
–¿Estás yendo con Fernando? Perras, ¡¿por qué no me avisaron?!
–Darío, cálmate. Fernando no va. Simplemente es una reunión en casa de Carlos. Todo muy tranquilo. Sus amigos también son amigos míos así que no estaré solo.
–¿Amigos? ¡Querida, tú no tienes amigos!
–Huevón –le colgué el teléfono interrumpiendo su risa. Normalmente no tengo esos arranques pero simplemente quería que me dejara tranquilo. Si Fernando hubiera estado ahí, me hubiese dicho que estaba con la regla. Tal vez no estaba tan equivocado.

Minutos después de llegar y de ser recibido efusivamente por una Jacqueline más bella que de costumbre, me encontraba sentado en el piso de una sala, rodeado por chicos simpaticones. De pronto, se me acercó uno de ellos, algo picado pero lo suficientemente guapo como para considerar ese detalle a mi favor. Me sonrió, me dio un beso en la mejilla y me dijo que su nombre era Felipe.
–Antoine. Me llamo Antoine.
Oh là là, Antoine. J’adore ton nom. Moi, enchanté –otra vez, su carita de niño bueno me hizo olvidar su mala pronunciación y sus ofensas a la lengua de Molière. ¿Quieres? –me preguntó al mostrarme un huiro.
–No… gracias –respondí incómodamente  al mismo tiempo que reconocía ese olor peculiar que sentí al entrar a la casa del cumpleañero. Marihuana.

Vi a mi alrededor y note que la mayoría de los invitados eran amigos de Jacqueline o de Dimitri, creativos o psicólogos, y que estaban pasando los huidos descaradamente.
He vivido en un par de ciudades europeas mientras crecía y allí el consumo  de marihuana es, digamos, algo socialmente aceptable.
Vivimos en una sociedad con cada vez más traumas, responsabilidades, obsesiones y vicios. Peleamos en silencio por nuestras libertades de hacer lo que queramos sin reproche alguno. Entre esas guerras no declaradas está el consumo legal de drogas, en este caso, de la marihuana. El consumo si bien aún es algo casi normal en las reuniones actuales de jóvenes, sin embargo mi posición al respecto es un tanto conservadora. No tengo nada en contra de la gente que consume drogas simplemente que, por alguna razón inconsciente, pierden su atractivo cuando me entero que consumen esas sustancias. Yo no necesito de ninguna sustancia para sentirme «en onda» o «relajarme» para hacer algo. Creo que la sustancia disponible actualmente y a la cual he estado acostumbrado por un tiempo es el alcohol. Me siento lo suficientemente conforme con él como para sacar los pies del plato y probar con otras sustancias.

¿Será acaso que me estoy volviendo tan viejo que ya no tolero los vicios de los demás?

•••

–¿Y qué pasó con Felipe, querida? ¿te lo tiraste? –preguntó Darío antes de comer una cucharada de su helado de yoghurt.
–No, quería pero él estaba tan drogado y borracho que simplemente se me fue el interés.
–¿Perdiste el interés en él porque estaba drogado? Antoine, iban a tirar, no se iban a casa –me reprochó mi malvado hermanastro maliciosamente.
–Lo sé…
–Antoine, todos consumen drogas ahora. ¿Cuál es el problema con eso?
–No todos… –seguía yo con la cabeza, concentrado en contar los pedacitos de galleta en mi helado baja tratando de evitar sus miradas de «wake up and smell the coffee«.
–Lo que pasa es que no te das cuenta.

Aquella tarde de domingo siguiente a la reunión, mientras tomábamos un helado y conversábamos con mis amigotes de siempre. Me puse a pensar que quizás yo era muy conservador y tenía una mentalidad algo cerrada.
Mis amigos, según me confesaron esa tarde, habían consumido drogas un par de veces en sus vidas y todas esas veces involucraba un encuentro sexual, pero ni siquiera como para considerarlos «consumidores sociales». Yo, en cambio, nunca lo había hecho y no pensaba hacerlo.

–Deja de juzgar a la gente por su estilo de vida, Antoine –dijo Darío medio serio, medio en broma cuando ya nos despedíamos de la heladería.

Darío tenía razón. La verdad es que al momento de interactuar con personas, los juzgamos. Al menos yo lo hago un poco. Vemos qué tipo de ropa usa, dónde vive, quienes son sus amigos, qué tipo de familia tiene, cómo habla, cómo se comporta y un interminable etcétera donde se incluye si consume drogas o no.
Siempre hablamos sobre el hecho de no querer ser juzgados pero siempre lo hacemos, en mayor o menor cantidad. No es un tema de drogas, es de aceptación. Como se dice por ahí, hay que «aflojar el choro» y dejar que las cosas sucedan sin complicarnos (tanto) la vida…

… aunque las personas que consuman drogas me siguen pareciendo poco interesantes.