Chicos Buenos de Mala Vida

We'll eat your heart and then we'll eat your brain

Categoría: Fernando

11. I’m Back

-¿¡Me estás jodiento?! – exclamó mi malvado hermanastro al enterarse de mis más recientes noticias.
-¿Qué tiene?- repliqué poniendo una sincera cara de inocencia.
-Sí, Antoine. ¡Tampoco entiendo cómo es posible que no hayas esa serie! Es, como que, LA serie culto gay – se pronunció Darío ante mi confesión aquella mañana de leve resaca dominguera.
-Lo sé, muchos dicen lo mismo.

Aproveché que teníamos un desayuno pendiente con los chicos para invitarlos y actualizarles un poco sobre mi vida. En los últimos meses había dejado de lado a mis amigos por muchas cosas que pasaban por mi cabeza: la enfermedad de mamá, el trabajo, una relación -y su correspondiente término- y mis inexplicables ganas de ser antisocial. Todo eso explica -pero no justifica- mi desaparición y descuido de este blog.

La salud de mamá había mejorado enormemente. Ella ya no estaba en Lima. Durante su tratamiento, decidió escapar para evitar que la gente le preguntara sobre su enfermedad. Mi madre siempre fue una mujer fuerte y no podría soportar que las personas la vieran débil. Ahora, ella y mi padre, se encontraban paseando juntos y relajándose. De vez en cuando, y para complementar sus llamadas por Skype, me mandaban una que otra postal. Creo que la enfermedad les sirvió a mis padres para estar más unidos. Es como si se  hubieran puesto de acuerdo para combatir a un enemigo en común. Antes de tener la enfermedad, ellos no estaban tan juntos. Ahora es como si se hubieran vuelto los mejores amigos del mundo. Por algo pasan las cosas, como dicen por ahí.

El segundo punto que me mantuvo alejado fue una relación. Aquella me obligó -o, más bien, me dejé obligar- a perder el contacto con mi círculo de amistades. Salí con un chico que, si bien al principio se pintaba como bueno, resultó siendo todo un desconsiderado. Después de una relación formal de más de un año, decidí romper con él. No porque yo no lo quisiera, sino porque él se había vuelto el centro de la relación. Al final, hice de tripas corazón, me tragué mi tristeza y le dije para terminar.
Esa situación amorosa me ayudó a darme cuenta de que mi mayor virtud era también mi mayor defecto. Cuando estoy en una relación tiendo a olvidarme completamente de mí para dedicarle el 90% de mi tiempo al bienestar de la otra persona. Eso puede está bien, lo malo es que la otra persona se acostumbre a recibir atenciones sin dar nada a cambio.
Afortunadamente pasé el papel de tonto por algunos meses. La ruptura no fue NADA fácil. Ahora todavía siento cosas en el estómago cuando me cruzo con sus fotos en las redes sociales pero ya todo está mejor. La ruptura hizo que me dedicara más a trabajar para olvidar lo que sentía. Trataba de ocupar mis horas y mis días para no pensar. Desgraciadamente, sí sentía y pensaba. El sentimiento de soledad me invadió tanto, que decidí alejarme de todo para adentrarme en mí mismo, hacerme un auto-análisis y poder superar todo. Luego de unos meses, retomé contacto con mis amigos y volvimos a ser los mismos de antes.
Obvio que ese proceso me ayudó, ahora tengo una nueva mentalidad y un poco más fuerte.

-¿Pedimos la cuenta? -preguntó Fernando al terminar de escuchar una anécdota de la vida amorosa de Darío.
-Sí, vamos. Tengo un par de cosas que hacer en casa -accedió Darío al sacar su billetera.
-No chicos, yo invito.

Fernando y Darío se miraron extrañados pero algo dentro de mí me dijo que entendía que el hecho de pagar la cuenta era una especial de disculpa por dejarlos abandonados tanto tiempo.

-Está bien -dijo Fernando- pero Darío, tú deja la propina, no seas conchuda. Y en efectivo, no queremos que se la mames al mozo… otra vez.
-¡¿Otra vez?! -pregunté algo inocente justo antes de comer el último croissant.
-Larga historia, ya luego te la cuento -dijo Fernando con una malévola sonrisa en los labios.
-Ay, qué pesado… -Darío abrió su billetera, sacó un billete y lo puso en la mesa.

Salimos del café y Darío se me acercó como para despedirse.

-Me dio gusto verte y saber que estás bien, querido- dijo Darío- no te pierdas, ¿ya?
-Ya, a mi también me dio gusto verte. Tampoco te pierdas, ¡perdida! -dije sonriendo ligeramente un poco avergonzado porque familias observaban la escena desde dentro del café donde tomamos desayuno.
-Nos vemos -dijo Fernando al estrecharme la mano y darme una mirada que expresaba perfectamente el sentimiento de satisfacción al verme otra vez salir con ellos.
-Nos vemos pronto, ¿ya? -dije como para asegurarles que no me volvería a desaparecer.

Nos fuimos en direcciones separadas. Mientras abría la puerta de mi auto, me di cuenta de lo afortunado que era por tener amigos que se preocupan tanto por mi desaparición pero que nunca invaden mi espacio. No pude evitar sentirme un imbécil por dedicarle tanto tiempo a una persona que no valía la pena cuando tenía amigos que sí merecían que esté con ellos.

Pendí el auto, me miré por el retrovisor y sonreí.

I’m back.

8. Métastase

Mi madre entró al café con la elegancia que la caracterizaba. Avanzamos juntos hasta la mesa donde un grupo de señoras la saludaban desde lejos.

–Hola, chicas.–saludó a sus amigas cálida pero tímidamente.
–¿Y cuándo llegaste?–preguntó una señora dibujando una torcida pero sincera sonrisa en su rostro.
–Ayer. Quería quedarme en casa pero Antoine insistió en que saliéramos. Fabián no pudo venir. Tú sabes, por el trabajo.
–Claro… Ay, Valerie, qué guapo se ha puesto tu hijo. No se parece en nada a su padre.–dijo maliciosamente una señora de mirada dura y facciones delicadas. A penas me conocía y ya me estaba halagando. Me cayó bien la tía.

Al saludar a las juveniles señoras como todo un infante educado me di cuenta de un par de miradas provenientes del otro extremo del café.

–¿Son tus amigos los de esa mesa?–preguntó mi madre al ver que me había fijado en otro punto del café con una sonrisa algo avergonzada.
–Eso creo…
–Vamos a saludarlos, hace tiempo que no los veo. Ya regreso, chicas.

Crucé el café caminando infantilmente detrás de mi madre y mirando el piso hacia la mesa donde estaban mis dos amigos. Cada vez que estoy junto a mamá me siento como el niño temeroso de separarse de su madre que fui cuando pequeño.

–Hola, chicos.–Darío y Fernando se pusieron de pie y saludaron a mi madre con un beso afectuoso en la mejilla.
–Qué joven y guapa te veo.–dijo Fernando sinceramente.–Vamos, te invito algo. ¿Qué deseas?
–Ay, gracias. ¿Un capuccino?

Nos sentamos con ellos a la mesa y luego de pasar las órdenes mi madre comenzó la conversación mis amigos. Movía sus manos con mucha delicadeza y, por momentos, se colocaba mechones del cabello detrás de la oreja de una manera muy natural. Era agradable que el toque de feminidad del grupo lo aportase alguien más además de Darío quien trató de controlarse por verse más hombrecito esa vez. Quien mirase la escena y no nos conociese diría que somos una sarta de hermanos. No era mi mamá quien estaba sentada en la mesa con nosotros, era la hermana mayor de mis amigos.

En toda la conversación y hasta poco después de que mi madre se excusara para ir a la mesa de sus amigas, no pude decir nada. Me limitaba a ver la escena como si no estuviese allí. Disfrutando extrañamente de cada momento y tratando de grabarlo en mi cabeza.

Quien no  conociera a mamá diría a primera impresión que es una persona sin preocupaciones, cariñosa aunque algunas veces fría y en perfecto estado de salud. La verdad era otra. Después de instalarse en la casa después de llegar de viaje, me había confesado que el cáncer que la había torturado hace más de 10 años atrás y que creyó haber vencido había rebrotado.

-Nos dimos cuenta con tu padre no hace mucho.-dijo sin poder verme a los ojos esa misma mañana durante el desayuno.

Fue un shock. No sabía qué responder ante tal revelación. Me quedé mudo.

–Pero he decidido que no haré nada. No se lo contaré a nadie. Yo ya cumplí con mi ciclo de vida. Cuando comience con los dolores y si son muy fuertes, tomaré un frasco de pastillas y me olvidaré del asunto.

Cuando terminé de oir esa frase, sentí como si una espada de hielo se me hubiese clavado en la espalda atravesando mi corazón y haciendo que mis ojos ardan y se nublen. Traté de decir algo pero mi mamá me interrumpió.

–No te preocupes, hijo. –continuó mi madre muy suelta de huesos. –Eres joven, tienes toda una vida por delante. Yo ya cumplí mi ciclo.

–¿Antoine, estás bien?–preguntó Fernando al verme ensimismado.
–Sí, sí. –Mentí. –No te preocupes, estaba pensando en un par de cosas del trabajo. ¿De qué estaban hablando?

7. Yo Nunca

–¿Cuándo era que llegaban tus papás?
–La próxima semana–dije mientras Fernando sacaba una botella de pisco de una puerta de su cocina.
–Ok. Eso me da tiempo. Tengo que preparar un informe para tu madre con los recientes trabajos que he hecho para los clientes que me dejó.
–Ay, así cualquiera es decorador. -criticó Darío cortando los limones sobre una tabla de madera.
–¿Por qué no vas a ver si la gente en la sala necesita algo, Darío?–sugerí tratando de evitar la réplica de Fernando.
–¿Y estar con esas pasivas que has invitado? Ay, no querida. Paso.

Aprovechando que era una de las últimas noches que pasaba solo en la casa familiar, Fernando y Darío organizaron una reunión en el departamento de Fernando. Todo con el propósito de que me lleve a alguien a casa sin tener que limpiar las botellas vacías y los vasos rotos clásicos de cualquier reunión alcoholística.
Fernando había invitado a Francisco, Pedro y Benjamín, sus tres jóvenes candidatos para mi eventual revolcón. Él ya los había probado -como siempre- y me aseguró que los chicos sentados en la sala minimalista de su departamento sabían hacer sus cositas. Todos eran, para mi conveniencia, pasivos o modernos-pasivos muy dóciles si se les sabía tratar. Ante la revelación de la opción de los chicos, la protesta de Debora no se hizo esperar.

–¿Dónde están los hombres, querida? ¡Yo quiero hombres! HOM-BRES.
–¿Tú no invitaste a nadie?–le pregunté.
–Sí, pero no le dije a ningún punto mío. No quiero que me los robes.
–¿A quién le dijiste?–preguntó Fernando sacando el hielo de la refrigeradora.
–A Diego.
–¡¿Al cucufato ése?! ¡Ay, qué bruta que eres!–dijo Fernando disfrutando cada palabra.
–¡Es que es el único amigo que le podía gustar a Antoine!
–Queremos que Antoine se lo tire, cojuda. Diego sólo piensa en vestirse de blanco para su boda y Antoine NO quiere una relación.
–Este…. chicas, sigo aquí.–dije tratando de llamar su atención.

Diego era un chico simpático y medio inocentón. Darío lo conoció como siempre conocía a sus «amiguitos»: en un sitio de internet. El mimo día que Diego abrió su perfil y sin haber puesto foto, Darío lo contactó. Según Darío, poner foto era para pasivas y, en palabras suyas, sólo los hombres de verdad, caletas y activos quieren pasar con perfil bajo en ese tipo de páginas. En la misma semana se conocieron pero no hicieron nada. Rápidamente Darío se dio cuenta que era un chico medio cucufatón y que era mejor tenerlo como amigo. Después descubrió que Diego recién se había aceptado y que recién estaba saliendo a conocer lo que el mundo gay le tenía por ofrecer. A sus 22 años estaba entrando en este mundillo buscando ilusionadamente lo que todos buscamos de una manera u otra: un príncipe azul.

–A su edad yo ya me había tirado a medio Lima–dijo Fernando orgulloso mientras mezclaba los tragos.
–Tienes razón, Diego es todo un caso–confirmó Darío antes de tomar un plato con papitas y llevarlo a la sala.

Francisco, Pedro y Benjamín estaban conversando de una nueva serie que pasaba en el cable cuando Darío puso el plato en la mesa. Nosotros lo seguimos llevando los vasos de Chilcanos.

De los tres chicos, yo ya conocía a Benjamín. Salimos por insistencia de mis amigos un par de veces años atrás cuando él aún estaba en el colegio. Yo no quería nada con él pero ahora, al verme solo y sin «acción» por tanto tiempo mis amigos me lo pusieron para pasar el rato. Pedro y Francisco eran un par de chicos bastante bonitos pero un tanto huecos para mi gusto. Como decían mis amigos, era cosa de una noche.

Después de conversar un rato y escuchar un poco de música, los comentarios clásicos de mis amigos no se hicieron esperar.

–¿Y qué fue de tu salida con Adrián?–preguntó mi malvado hermanastro.
–No pasó nada. No hicimos nada–dije un tanto desilusionado.
–¡Ay qué aburrida! Ese tipo estaba más bueno… Te falta sexo, querida–dijo Darío muy a su estilo antes de comer una papa frita.
–Quién diría que tú estás comiendo papa… –contra ataqué.
–Ay mamacita, no seas cochina. ¡No hagas esas insinuaciones ante una señorita como yo! -dijo llevándose la mano al pecho, como exagerando una indignación.
–Como ustedes pueden ven, Darío es todo un personaje –comentó Fernando al ver las sonrisas de los chicos.

Tragos, risas y coqueteos con los ojos iban y venían. Al ver la situación, Darío propuso un plan que terminaría en una cosa inesperada para mi.

–Tengo una idea, chicas. ¿ Y si jugamos «Yo Nunca»?

5. Do you have a boyfriend?!

Mi sueño fue interrumpido por el timbrado de mi teléfono.

Pude sacar mi pesada mano de debajo de las coberturas y en dirección de donde provenía el exasperante ruido. Logré coger a tientas el aparato. Lo traje junto a mi oreja que permanecía oculta del sol igual que el resto de mi cuerpo.

-¿Aló? -dije tomando conciencia de lo seca que estaba mi boca.
-¡Carajo, qué rica resaca!
-¿Quién eres? -pregunté aún aturdido, en posición fetal y con los ojos cerrados bajo las sábanas.
-¡La voz de tu conciencia!

Fue allí cuando reconocí la voz de Fernando.

-Huevón…
-¡¿Para eso chupas?!
-¿Por qué me llamas tan temprano? -fue lo único coherente que me dejó articular el retumbar de mi cabeza.
-¡¿Temprano?! Estás loco, es tardísimo. Acabo de llegar casi al final del buffet del Mangos. Si supieras los chibolos ricos que han venido con sus familias… Muchas señoras regias, también.

Una de los dones de los que alardea Fernando era su casi sobre humano talento de no tener estragos después de una noche de fiesta. Cualidad que sólo era superada por su envidiable aguante del alcohol. En todo el tiempo que nos conocíamos, sólo lo había visto borracho una vez. En aquella oportunidad, tuvo que bajarse de mi auto -en realidad, el BMW de mi siempre ausente padre- para vomitar porque no quería manchar los interiores de cuero. Por lo general, cuando consumía alcohol, mi malvado hermanastro sólo permanecía «alegrón» y más excitado que de costumbre. Sí, todavía más.

Las palabras de Fernando se volvieron un lejano murmullo cuando mi cerebro me trajo los entre-cordatos detalles de la noche anterior.

En un momento de la noche y con un Vodka Lime en la mano -creo que era mi cuarto-, caminé entre las personas conocidas y hacia al balcón con el objetivo de tomar aire. Extrañamente, el alcohol siempre me daba ganas de sonreír como un tarado. De repente, un chico me cogió el brazo.

-¡Hola!

Me demoré 2 incómodos segundos en reconocerlo. Había engordado un poquito.

-¡Hola! ¿Cómo estás? ¡A los años! -exclamé demasiado efusivo. Cosas del alcohol.
-Bien. No sabía que estabas invitado. Me da gusto verte por aquí.
-Sí pues, fue cosa de último momento. -Pude decir con una constante sonrisa alcoholizada.

Se llamaba Miguel y fue uno de los encontrones de Fernando quien, como buen amigo y después de hacer el debido control de calidad, me lo recomendó. Pruébalo a ver si te gusta-recuerdo que me dijo.
Lo conocí, terminamos por enredarnos un par de veces hace muchos años atrás. Ahora, por el contrario, lo único que provocaba hacer con él era hablar.

-Te quiero presentar un amigo. Ha venido de visita desde EEUU y ya se va en estos días.

Seguí la dirección que apuntaba la mano de Miguel y encontré a un chico bajo -demasiado para mi gusto-, delgado, de cabellos semi largos y negros, de ojos rasgados y EXTREMADAMENTE sonriente. Un chino-americano-pensé. EW.

-Hi! Do you speak english?

A pesar de tener los sentidos entumecidos por 4 tragos previos, su pregunta me dejó muy en claro su opción y sus intenciones. Pasivo y quiere conmigo.

Aún sin poder borrar la sonris de borracho de mi rostro, respondí con un incómodo Yes.

-Oh my god! -exclamó justo antes de acercarse y abrazarme efusivamente, american style. -Nice to meet you! -dijo la china.

Creo que el chico estaba entusiasmado por el hecho de hablar con alguien en su lengua materna y mis sospechas fueron más allá cuando traté de buscar a Miguel para incrustarle una mirada de odio pero lo encontré en el balcón con otro chico menos afeminado, nada asiático y MUY presentable. Yo le gustaba a la chino-china y le había pedido a Miguel que nos presente.

-Do you have a boyfriend?!

No pude dejar de pensar en mi celibato involuntario de los últimos meses. Por más que lo mio se pudiese interpretar como «fidelidad», no había dejado a nadie en el continente europeo. Yo me consideraba soltero, abierto a cualquier cosa que pase MENOS a una relación. Al menos por el momento. Desgraciadamente las cosas no se habían presentado.

-Yes -respondí sonriente y falsamente apenado. Tenía que mentirle.

Giré la cabeza y encontré a mi grupo de amigos riéndose entre sí. Pensé que se estaban riendo de algún comentario o de alguna situación graciosa de la reunión pero luego deduje que en realidad se estaban burlando de MI y de lo «graciosa» que era mi situación.

Voltee para finalizar la conversación con este peculiar personaje pero encontré su rostro con una deforme expresión de tristeza que me recordó a los personajes de Manga.

-Well, I gotta go look for my friends. See you around!

Traté -sin éxito- de caminar en línea recta hasta donde se encontraban mis amigos buscando refugio, palabras de alivio y camaradería pero encontré sus comentarios de siempre.

-Ay querida, ¿qué hacías hablando con esa pasiva? ¡Bien fea esa china!
-Déjalo Darío, son sus gustos. -se pronunció Fernando con una falsa solidaridad.
-No sabía que te gustaban así.-dijo Adrián sonriendo burlonamente. Creo que había hablado demasiado con Fernando y Darío.

Para no responderles con algo indebido, acabé de un solo trago lo último de mi vaso. No sé porqué pero el alcohol siempre me hace sonreír. Sobre todo si tomo 3 ó 4 vasos en dos horas.

-Toma querida, otro trago para que olvides el mal rato.
-Gracias Debora. Tú siempre queriendo emborrachar a los hombres.
-¿Hombres? ¿Dónde hay hombres? ¿Lo dices por ti? ¡Ay mamacita, yo quiero un hombre de verdad!
-¿Para la verdadera mujer que llevas dentro? -se pronunció Fernando sin desperdiciar la oportunidad que le daba su ex.

El último recuerdo que tuve de la noche fue el sabor ácido del vodka con jugo de naranja que me sirvió Darío.

-¿Antoine?
-Perdón Fernando, ¿qué me preguntaste?
-¿Te salió algo con Adrián? Se fueron juntos y…

No escuché el final de la frase de Fernando porque saqué mi cabeza de debajo de las sábanas. Cuando mis ojos se adaptaron a la luz me pude dar cuenta que el lugar donde estaba me era completamente extraño.
No había pasado la noche en mi cama. Mi habitación era un poco más pequeña y tenía otros muebles. En el piso, unas prendas muy parecidas a las que usé para la reunión hicieron que me diera cuenta que sólo tenía puesto mi ropa interior en ese momento.

Me alarmé aún más cuando vi la sombra de una persona que se acercaba a la habitación donde acababa de despertar.

-¿Fernando? -dije listo para ponerlo al tanto de lo que me había pasado.
-¿Si? -preguntó toscamente, como si estuviese comiendo algo.

Mi miedo fue reemplazado por una extraña mezcla de sorpresa y alegría cuando pude ver al fin la cara de quien venía a buscarme a la habitación.

-Te llamo luego. -dije antes de colgar.

4. Loft Story

No muchos fines de semana atrás, Fernando me comunicó sobre una reunioncilla de ambiente a la nos habían invitado.
«Sólo chicos caletas» decía el anuncio que me pasó Fernando por Facebook que invitaba a una fiesta en un exclusivo departamento de El Golf.

-¡Vamos! Uno nunca sabe cuando puedas encontrar al amor de tu vida, el príncipe azul con casa en Asia y camioneta del año que merecerá tu fidelidad. ¡Ese chico puede encontrarse allí! -me dijo mi malvado hermanastro por teléfono cuando lo llamé para pedirle más detalles de la supuesta reunión.

Antes de irme de Lima, más de 4 años atrás, mi grupo y yo solíamos frecuentar casi todas las reuniones -generalmente de la homosexual gente «bien» de Lima- donde nos invitaban. Muchas de esas noches de cacería nos salía algo y terminábamos en uno de los departamentos de mi familia.

Mi abuelo paterno hizo dinero comprando y vendiendo propiedades en Lima. Al morir, le dejó el negocio a mi padre quien se encargó de administrarlo con sabiduría y con puño de hierro. Nosotros llevábamos a nuestras conquistas de la noche a las propiedades que estaban remodeladas, pintaditas y listas para venderse o exhibirse a los compradores.

En realidad, los que más aprovechaban de las guaridas del clan familiar eran mis amigos y sus amantes bandidos. Yo me contentaba con quedarme dormido al borde alguna piscina o escribir viendo el amanecer reflejado en las enormes ventanas de las propiedades. No niego me enredé un par veces en las enormes habitaciones pero, con el paso de los años, eso me comenzó a aburrir. Fue ante aquella señal de mi inminente madurez que decidí coger mis maletas y tomar un vuelo a París donde permanecí 3 años alejado de una de las ciudades que me vio crecer: mi querida y bulliciosa Lima gris.

Acordamos encontrarnos en Vivanda de la Av. Benavides para comprar lo que íbamos a llevar a la reunión. Estábamos invitados y no nos habían exigido nada pero sabíamos que cada grupo debía llevar lo que iba a consumir y/o compartir con los demás.

Me topé con Fernando en la caja rápida, ambos teníamos la misma botella de vodka en la mano.

-No te preocupes. Yo cambio la mia. Guárdame el sitio-dije con una cara resignada. No me gustaba llevar o tener lo mismo que los demás. Mi malvado hermanastro ya sabía lo especial que podía llegar a ser.
-Puta, qué jodido que eres-dijo con su clásico tono burlón.

Después de pagar, con botellas de jugos, una de vodka y una de whisky etiqueta negra en nuestras bolsas de plástico, procedimos a planear la noche sentados en una de las mesitas con vista al casino.

-¿Ya llegó tu cuero? -preguntó inspeccionando discretamente los alrededores.
-Hoy lo vas a conocer. Es un chico muy lindo.-comenté tratando de ocultar mi emoción.

Adrián llegó unos minutos después y tuve que hacer la presentación respectiva. Darío, para variar ya tenía 15 minutos de retraso.

-Le hubieras dicho que nos íbamos a encontrar aquí a las 8:30pm para que llegue a las 9pm como todos nosotros.-dijo Fernando refiriéndose a la ausencia de Darío.-Tú ya sabes que es bien tardón. No sé porqué acepté que le pases la voz…

A las 9:19pm llegó Darío, más Deborah que nunca. A penas nos vio, su mirada se centró en Adrián. El poco de celos que sentí fue rápidamente reemplazado por una gran sonrisa al ver la forma de caminar algo afeminada de Darío.

-Dios… -murmuró Fernando con un aire de sorpresa.
-Gracias querido, pero tú me puedes llamar Darío. ¡Hola Antoine!

La rivalidad entre Fernando y Darío podía parecer extraña y hasta violenta para cualquier persona que no los conocía pero la situación podía explicarse de una manera muy simple: Fernando y Darío tuvieron una «relación» hace un tiempo atrás. En ese entonces, Darío era exclusivamente activo y «forzó» a Fernando a asumir un rol que él prefería cambiar según su humor y su pareja sexual del día -o de la noche-.

Cuando estuvimos todos juntos y después de hacer la presentaciones obligatorias, nos subimos a la camioneta de Adrián.

-¡Quiero ver hombres! ¡Quiero un negro que me agarre tan fuerte que me deje en silla de ruedas!
-Ay Antoine, ¡¿Para que lo trajiste?! ¡No nos van a dejar entrar a la reunión! ¡¿No recuerdas que es una reunión de chicos CALETAS?!
-¡Oye, no me jodas! ¡Yo sé comportarme si quiero!

Adrián sólo se limitaba a sonreír detrás del volante ante el cómico intercambio de palabras de la ex pareja.

Al llegamos y subimos al piso 12 de un edificio frente al Golf. Sonamos y un desconocido nos abrió la puerta. Lo saludamos indiferentemente y entramos los 4 en fila india. Perfectamente alineados y con bebidas importadas en las manos, todos se nos quedaron mirando. Es realmente imposible entrar a una reunión gay y que no se te queden mirando. Seas bonito, feo o normal, todos siempre tienen que voltear a verte. ¿Quién eres? ¿Qué tienes puesto? ¿Estas repitiendo ropa? ¿Te tengo en mi msn? ¿Ya tiramos? ¿Qué opción tienes? ¿Qué has traído? ¿Con quienes te juntas?

-¡Hola! ¡A los años!-decían algunos conocidos que cruzábamos entre la puerta principal y la cocina.

Al comenzar a dejar las cosas me di cuenta que el único que permanecía a mi lado y con cara de asustado era Adríán.

-¿Estás bien?-pregunté mientras abría la refrigeradora para guardar las botellas.
-Sí, sólo que… nunca había visto tanta gente… gay…. junta.-dijo en voz baja y con las manos en los bolsillos.
-¿Te gusta alguien? ¿Cuál quieres? ¡Yo te los presento si quieres!-dijo al reaparecer Fernando con 4 vasos en la mano.
-¿Y Darío?-pregunté dándole la botella a Fernando.
-Cerca a la computadora. Creo que va a cambiar la música.

En efecto, Darío se encontraba cerca a una laptop conectada a unos parlantes recubiertos de boas de plumas rosadas y vasos vacíos. Una canción Scissor Sisters estaba sonando pero yo sabía que a Darío le gustaban las cosas más… animadas. Más gays.
Al comenzar a servir el whisky, escuché un remix de Lady GaGa -bastante bueno por cierto-, levanté la mirada y vi a Darío bailando al lado de Adrián quien permanecía paralizado ante tal demostración de mariconada.

-Sirve, querida. ¡Sirve! ¡Hoy me quiero emborrachar y tú también vas a terminar borracha!

Fernando se limitaba a observar la situación discretamente y con una gran sonrisa en los labios.

-¡Un brindis!-se pronunció Fernando para no explotar de la risa. -Por que esta noche nos levantemos a alguien.
-¡Por los hombres grandes y fuertes!-exclamó Darío levantando su vaso.
-Por el gusto de estar reunidos otra vez -dije.
-¡Salud!

Senti el alcohol bajar por mi garganta y supe que iba a ser una buena noche.