6. ¿Cama Adentro o Dentro de la Cama?

Daba vueltas lentamente al líquido que se encontraba en la taza frente a mí mientras pensaba en qué mermelada untar en mis tostadas de pan integral recién hechas. Extendí mi mano para coger la mermelada de frambuesa –mi favorita– y me di con la sorpresa de que el envase ya no estaba allí. Un niño de unos 6 años, de cabello ondulado lo tenía entre sus manos tratando, sin exito, de abrirlo.

–¿Le has preguntado a nuestro invitado si desea probar esta mermelada antes que tú? –interrogó una voz al niño.

Luego de unos segundos llenos de tensión infantil, el niño dejó de mirar a la persona que hizo la pregunta para dirigirse a mi. Me sonrió con inocencia antes de preguntar: ¿Quieres mermelada de frambuesa? A mi me gusta mucho.

Levanté los ojos y me topé con la mirada orgullosa de Adrián hacia Mario, su hermanito.

–Gracias –respondí tomando el frasco, como siguiendo el protocolo de educación del niño.

El pequeño Mario se metió a la boca un poco de  su ensalada de frutas sin dejar de vigilar el frasco de mermelada mientras untaba mis tostadas.

–Entonces dormiste bien –retomó la conversación Adrián antes de llevarse a la boca su taza color rojo.–Sí, perfecto. Lo único malo es la resaca.
–Sí pues. Son cosas que uno no puede evitar cuando se toma tanto como tú lo hiciste anoche –dijo usando el tono sarcástico que recientemente había desarrollado.

Recordé la conversación que acabada de tener con Fernando sobre la noche anterior. Me avergonzaba de las cosas que habían pasado y de la cantidad de alcohol que había tomado, pero la cosa de la que más me avergonzaba era del papelón que había hecho frente al chico al que quería impresionar: Adrián.

–Qué roche… –murmuré apenado al mismo tiempo que cerraba el frasco de mermelada. Se lo di a Mario quien lo recibió con una cara llena de ilusión.

–¿Me lo abres, Adrián, por favor? –pidió el niño con una educación y una pronunciación envidiables.
–Claro, chiquito.

Adrián era cariñoso con su hermano. Era raro verlo actuar y hablar así. Un chico tan reservado como él.

Durante el desayuno me enteré, con ayuda de un código «a prueba de hermanos menores», que nada había pasado entre Adrián y yo. Fui a parar a su departamento porque Adrián no me quería dejar ir solo en un taxi hasta mi casa. Mis buenos amigos, Fernando y Darío, se fueron juntos esperando que al dejarme solo con Adrián pasaría algo. Al llegar, me llevó a su cuarto  y me guió con cuidado hasta su cama. Por lo que me contó, yo fui quien voluntariamente se iba quitando la ropa frente a él camino a la cama. Me imagino que fue un intento fallido de coquetearle. No hay nada sexy en el cuerpo de un borracho que quiere hacerse el seductor incitado por el alcohol. Qué vergüenza. No me sorprende que, ante aquel espectáculo deprimente, con todo y olores, Adrián haya preferido irse a dormir junto con su hermanito. Después de algunas horas, mientras preparaba el desayuno para Mario, me escuchó hablar por teléfono. Así supo que ya estaba consciente y se acercó a la habitación, cortando la conversación con mi malvado hermanastro.

Me contó –ahora ya sin código–, que sus hermanas no estaban. Pasaron la noche en una pijamada en la casa de una compañerita del colegio.

–¿Quieres que te jale por allí? –preguntó cuando habíamos terminado de desayunar y de limpiar la mesa–. Tengo que ir a recoger a mis hermanas antes que se haga más tarde.

Le agradecí su amabilidad al dejarme en la puerta de mi casa. No hablamos mucho en el camino. Por mi lado fue por una cuestión de vergüenza porque recordé que el aliento de los borrachos no era nada agradable la mañana siguiente de una borrachera.

Al llegar finalmente a casa y después de despedirme, me di cuenta que había una carta esperándome en el buzón. Era de mi madre.

–Al fin una buena noticia después de todo –dije para mí mismo al entrar a la casa.

Antes de abrir el sobre lo puse contra la luz para corroborar la correcta orientación del papel. Como sentí la casa un poco fría puse un poco de agua a hervir y algunas hojas de té en una de mis grandes tazas transparentes fetiches.

¿Acaso mi mamá no sabía que existían los emails y que llegaban más rápido? Por supuesto que lo sabía. La excentricidad de mi madre la hacía hacer cosas inexplicables para las personas que no la conocían bien. Incluso a nosotros, su familia cercana, nos sorprendía con sus cosas. Mi mamá se divertía mucho escribiendo a mano. A la antigua. Se entretenía escogiendo el color del lapicero, el sobre y la organización del lugar donde escribía las cartas.

Sonreí melancólicamente al tener novedades de mis papás por el puño y letra de mi madre. Llegaban la próxima semana.