12. Locas por las Drogas

por Antoine

El otro día, en una fiesta donde estaba, fui testigo de algo que me dio que pensar. Aquel día me habían invitado a la fiesta de cumpleaños de un «amigo» mío. Nos conocimos  hace como 5 años y, como vimos que había química, tratamos de salir. La cosa nos funcionó y nos dimos cuenta de eso a tiempo, así que decidimos quedar solo como amigos. El era un tipo normal pero lo que realmente me atraía a él era su grupo de amigos y amigas, más jóvenes que yo pero con un sentido del humor bastante libre, malicioso pero elegante. No era un grupo a lo mean girls (thank God!), sino algo con más clase.
Cuando estuve saliendo con Carlos, el agasajado de la noche, hice clic con sus dos mejores a amigos del colegio: Jacqueline, una bella publicista-marketera media loca que adoraba a los gays y que se encargaba de llenarle los vasos de alcohol a los invitados, y Dimitri, un psicólogo medio excéntrico pero super culto.

Como todos los años, Carlos me había invitado a su cumpleaños y éste sí pude ir. Por única vez me decidí a salir sin mis clásicos amigotes. 

–¿Qué? ¿cómo que has salido? ¿con quién? Ohmigod, ¿un hombre? ¿cómo se llama? ¿la tiene grande? ¡¿qué esperas?! ¡cuéntamelo to-do! –escuché en el celular cuando estaba justo afuera de la  casa del agasajado.
–Estoy yendo al cumpleaños de Carlos, un chico con el que salía hace años. Me invitó y aquí estoy –expliqué.
–¿Estás yendo con Fernando? Perras, ¡¿por qué no me avisaron?!
–Darío, cálmate. Fernando no va. Simplemente es una reunión en casa de Carlos. Todo muy tranquilo. Sus amigos también son amigos míos así que no estaré solo.
–¿Amigos? ¡Querida, tú no tienes amigos!
–Huevón –le colgué el teléfono interrumpiendo su risa. Normalmente no tengo esos arranques pero simplemente quería que me dejara tranquilo. Si Fernando hubiera estado ahí, me hubiese dicho que estaba con la regla. Tal vez no estaba tan equivocado.

Minutos después de llegar y de ser recibido efusivamente por una Jacqueline más bella que de costumbre, me encontraba sentado en el piso de una sala, rodeado por chicos simpaticones. De pronto, se me acercó uno de ellos, algo picado pero lo suficientemente guapo como para considerar ese detalle a mi favor. Me sonrió, me dio un beso en la mejilla y me dijo que su nombre era Felipe.
–Antoine. Me llamo Antoine.
Oh là là, Antoine. J’adore ton nom. Moi, enchanté –otra vez, su carita de niño bueno me hizo olvidar su mala pronunciación y sus ofensas a la lengua de Molière. ¿Quieres? –me preguntó al mostrarme un huiro.
–No… gracias –respondí incómodamente  al mismo tiempo que reconocía ese olor peculiar que sentí al entrar a la casa del cumpleañero. Marihuana.

Vi a mi alrededor y note que la mayoría de los invitados eran amigos de Jacqueline o de Dimitri, creativos o psicólogos, y que estaban pasando los huidos descaradamente.
He vivido en un par de ciudades europeas mientras crecía y allí el consumo  de marihuana es, digamos, algo socialmente aceptable.
Vivimos en una sociedad con cada vez más traumas, responsabilidades, obsesiones y vicios. Peleamos en silencio por nuestras libertades de hacer lo que queramos sin reproche alguno. Entre esas guerras no declaradas está el consumo legal de drogas, en este caso, de la marihuana. El consumo si bien aún es algo casi normal en las reuniones actuales de jóvenes, sin embargo mi posición al respecto es un tanto conservadora. No tengo nada en contra de la gente que consume drogas simplemente que, por alguna razón inconsciente, pierden su atractivo cuando me entero que consumen esas sustancias. Yo no necesito de ninguna sustancia para sentirme «en onda» o «relajarme» para hacer algo. Creo que la sustancia disponible actualmente y a la cual he estado acostumbrado por un tiempo es el alcohol. Me siento lo suficientemente conforme con él como para sacar los pies del plato y probar con otras sustancias.

¿Será acaso que me estoy volviendo tan viejo que ya no tolero los vicios de los demás?

•••

–¿Y qué pasó con Felipe, querida? ¿te lo tiraste? –preguntó Darío antes de comer una cucharada de su helado de yoghurt.
–No, quería pero él estaba tan drogado y borracho que simplemente se me fue el interés.
–¿Perdiste el interés en él porque estaba drogado? Antoine, iban a tirar, no se iban a casa –me reprochó mi malvado hermanastro maliciosamente.
–Lo sé…
–Antoine, todos consumen drogas ahora. ¿Cuál es el problema con eso?
–No todos… –seguía yo con la cabeza, concentrado en contar los pedacitos de galleta en mi helado baja tratando de evitar sus miradas de «wake up and smell the coffee«.
–Lo que pasa es que no te das cuenta.

Aquella tarde de domingo siguiente a la reunión, mientras tomábamos un helado y conversábamos con mis amigotes de siempre. Me puse a pensar que quizás yo era muy conservador y tenía una mentalidad algo cerrada.
Mis amigos, según me confesaron esa tarde, habían consumido drogas un par de veces en sus vidas y todas esas veces involucraba un encuentro sexual, pero ni siquiera como para considerarlos «consumidores sociales». Yo, en cambio, nunca lo había hecho y no pensaba hacerlo.

–Deja de juzgar a la gente por su estilo de vida, Antoine –dijo Darío medio serio, medio en broma cuando ya nos despedíamos de la heladería.

Darío tenía razón. La verdad es que al momento de interactuar con personas, los juzgamos. Al menos yo lo hago un poco. Vemos qué tipo de ropa usa, dónde vive, quienes son sus amigos, qué tipo de familia tiene, cómo habla, cómo se comporta y un interminable etcétera donde se incluye si consume drogas o no.
Siempre hablamos sobre el hecho de no querer ser juzgados pero siempre lo hacemos, en mayor o menor cantidad. No es un tema de drogas, es de aceptación. Como se dice por ahí, hay que «aflojar el choro» y dejar que las cosas sucedan sin complicarnos (tanto) la vida…

… aunque las personas que consuman drogas me siguen pareciendo poco interesantes.